sábado, junio 30, 2007

Allegreison


Sólo los seres humanos son capaces de relacionarse integralmente con su entorno natural y social, y expresarse de distintos modos, el desarrollo de sus propias habilidades, sobretodo las artísticas, pueden ser un modo de enfrentarse a desafíos, una forma de dignificar la vida,...













El impulso de expresión, auténtico y peculiar de cada individuo puede destaparse, descubrirse, desarrollarse si se crean niveles de conciencia y actividades que no renieguen de ello.













Es esa íntima comunicación con uno mismo, con el otro, con toda las facetas posibles de explorar y explotar, para que aflore "la musa de la inspiración".













La fantasía toma recuerdos y construye situaciones que no fueron posibles, la imaginación es como pensar en tortugitas con alas en un sin fin incalculable de posibilidades que surgen naturalmente, impensadamente.













Toda expresión artística reune fantasía e imaginación, lo posible y lo impensado.












El dolor, es una oportunidad increíble, nos permite dar un salto hacia delante, dejándonos escoger el camino de la tragedia o transformarlo en una experiencia fascinante...












El gran secreto del arte, de la música, de la danza, del teatro, de la creación, de la magia... es el poder materializar lo espiritual hasta hacerlo palpable y espiritualizar lo material hasta hacerlo invisible...












Hoy os quiero presentar a Allegreison, una de mis tantas creaciones, uno de mis tantos quebraderos de cabeza, una de mis perdiciones, mi yo, mi necesidad, mi escape, parte de mi cabeza, parte de mi mundo.




miércoles, junio 13, 2007

En estado de devenir - Alberto Ruiz de Samaniego

«Detente, instante, eres tan bello». El verso goethiano da voz al deseo imposible de capturar un proceso que no se detiene. Hay en él un indudable poso nostálgico, cierta melancolía. La nostalgia entonces que se acomoda como una brisa triste en lo que ha sido, lo que una vez se hizo presente, cierta verdad desaparecida con el instante. La melancolía surge de la aspiración incumplida por proyectar un momento a lo largo del tiempo; por apropiarnos del destino de la Historia que se va conformando a través de la supremacía de un instantáneo autónomo. Nostalgia, melancolía; pero también proyección o tensión vulnerada hacia algo.

Correspondencia de acción y borrado, work in progress; movimiento continuo hacia otra forma, incierta e insegura como el instante que cambia, lo otro de la forma, ahora y siempre en busca de otro modo en el que testimoniar, encadenar una imagen de sueño. Afirmación que ha de ser buscada en cualquier lugar, en otro lugar, en otro tiempo, fuera del tiempo: utopía. Pero, a menudo, también, utopía negativa, profetización, promesa de ruina. Lanzo esta maraña de intuiciones ante una exposición cuyo hilo argumental está muy claro, a pesar de que las obras que muestra bien podrían valer para otro muy distinto texto o tejido (por supuesto, de «prestigio internacional»). He aquí un insidioso mal de época.


Un instante es una forma enigmática. La tentativa de captar el instante convoca por ello la ruina. No se puede aprehender más que como experiencia vivida a través del desmoronamiento: acción sin poder, acción de observar «desesperada» como la quiebra edípica de la visión.


Activar el fracaso. Asimismo, la conmoción de su inagotable carácter enigmático es una consecuencia directa del dispositivo estratégico y pulsional que sobre ella proyecta el artista, a través de los procesos de observación y racionalización dirigidos a ordenar y activar hasta el fracaso una entidad intransitiva. La proyección utópica de este trabajo se concreta en la capacidad de la propia obra de descentrar espacial y temporalmente el fundamento de una forma que, en cuanto fenómeno (que se quiere vivido) se manifiesta como lugar de tensión difícilmente objetivable, decididamente no dominable. Todo esto parece haber interesado al coleccionista holandés Han Nefkens, propietario de las obras en exposición, tanto más cuando él mismo, en su condición de seropositivo, se vio acuciado por una trágica temporalidad.


Pero, por mucho que uno ?algo ingenuamente? confíe en el arte, conviene avisar que el momento carece de verdad: ¿puede tener una verdadera forma el momento? Su temporalidad, como la del símbolo, es la de la metamorfosis. Tampoco posee un espacio propio: el sentido enigmático de su presencia permite incluso el juego infinito del simulacro, la revisión, la cita (por ejemplo: los bodegones de Otto Berchem, o las figuritas personales de Karin Sander; hasta el kitsch de los niños del mundo de Jeff Wall que, a decir verdad, no sé muy bien qué pintan aquí). Demasiadas veces el artista se ve condenado a operar con una realidad intangible, que no reposa en la estabilidad de un ente identificable espacio-temporalmente (ya sea la pintura evanescente de Irazábal, las fotos de Jörg Sasse o las propuestas de acciones de Erwin Wurm).


Su desaparecer. Parece que el ser del momento es su desaparecer: puede ser contemplado, incluso vivido, pero no poseído. Esta gente fáustica persigue una identidad que sabe efímera, un sueño, la realidad de un instante, el deseo de una ilusión que traza la luz de la Luna. Cuando contemplamos los objetos, éstos sólo nos devuelven su blancura negativa reflejándonos en ella experiencia de deseo y de dolor. El destino de muerte que muestra el material está precisamente para demostrar que ninguna mirada, ninguna estrategia, es una posesión duradera. La obra de arte constituye, entonces, la afirmación herida de esta utopía. La única esperanza sería constituirse a sí mismo (pero ya un otro de sí mismo) en la conformación de esa obra de suprema dignidad ruinosa, a través de la relación y la escansión con esa materia inconformable. Escrito por el momento, escrito de tiempo, convertido en signo de fragilidad, pasión y reflejo de la imperfección y la variabilidad de lo viviente, alguien construye una obra (se construye más bien en la desobra) que a la postre deviene imposible, inexacta y aleatoria fenomenología de una desconocida raíz común. Tanto material (tan inconcreto) sólo puede ser objeto de la colección de una vida. Y, justamente, no parece el comisario capacitado para con-centrarlo en la singularidad de una exposición, que deviene, ésta sí, más maraña enmadejada que botón de muestra.

¿Y si todo fuera falso? por Cristina Fallarás


Nos hemos creído que necesitamos poseer un piso, como quien dice, tener un coche, una pareja, un trabajo fijo y un salario indefinido que nos impida plantearnos nuestras pequeñas vocaciones íntimas.


Nos hemos creído que las noticias dicen "la verdad", que los colegios educan, que los bancos nos guardan el dinero, que ser vulgares no significa ser buenos y que lo habitual es lo correcto.


Nos hemos creído que la belleza está a la altura de las tetas, que podemos poner bridas al tiempo y que hay que cambiar toda la ropa del armario cada cuatro meses.


Nos hemos creído que lo mejor es no hacer nada para no equivocarse, no llamar la atención, fundirse en lo homogéneo, que es necesario obedecer.


¿Y si fuera exactamente todo lo contrario?

¿Y si el que paga una hipoteca fuera un triste ahogado, las noticias fueran una estrategia de empresa, el colegio un método de inserción laboral y la belleza física el biombo que esconde la insuficiente deformidad interior? ¿Y si resultar normales sólo fuera el método para evitar darnos cuenta de que no nos llega para la crítica?

Tengo la rica sensación de que aquí y allá aparecen personas y grupos que ya no pueden con tanta mediocridad y se revuelven. Son pocos, despiertan todas las prevenciones de las gentes insignificantes, y podrían incluso pasar por excéntricos o por dementes. Pero son.

¿Y si nos propusiéramos vivir después de atrevernos a pensar cómo queremos hacerlo?

martes, junio 12, 2007

Me alegro de ser quien soy




He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño.

Joseph Heller (1923-1999) Escritor norteamericano.

domingo, junio 10, 2007

cabreada yo? NOOOOOOOOOO


El enojo o enfado suele tener su origen en la sensación de hallarse amenazado. Una amenaza que puede ser física o psicológica –sentirse menospreciado, frustrado, etc.–, y produce una descarga corporal de, catecolamina más o menos intensa según la magnitud del enfado, y que cumple la función de generar un acceso puntual y rápido de la energía necesaria para la lucha o para la huida. Paralelamente, se produce una descarga de adrenalina en nuestro sistema nervioso, que provoca una excitación generalizada que puede perdurar minutos, horas, o incluso días, manteniendo una difusa hipersensibilidad que predispone a nuevas excitaciones. Esto hace que las personas suelan estar más predispuestas a enfadarse una vez que ya han sido provocadas, estén ligeramente excitadas o se encuentren más cansadas. Cuando es más fácil Por esa razón, después de un largo día de trabajo, una persona se sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en su casa por las razones más insignificantes (el ruido o el desorden de los niños, o cualquier pequeña contrariedad), aun siendo motivos que en otras circunstancias no tendrían entidad suficiente para provocar esas reacciones.


El enfado suscita una excitación que tiende a disiparse lentamente. Si durante esa etapa de paulatina desactivación del enfado se presenta una nueva provocación (lo cual es fácil que suceda, debido a la hipersensibilidad propia de esos momentos), se producirá una segunda descarga, antes de que la anterior se haya disipado. Como es natural, este proceso puede repetirse, y cada descarga cabalga sobre las anteriores, y cualquier pensamiento perturbador que se produzca durante ese proceso provocará una irritación mucho más intensa que si se hubiera producido fuera de él.

miércoles, junio 06, 2007

Toda llena de polvo y ceniza


Hay aquí alguna otra muchacha?
-No, Alteza -dijo ella.
-¿,Está segura? -dijo el príncipe-. ¡Tiene que haberla! Hace dos noches yo vi a una muchacha entrar en esta casa.
-¡Oh, no! -respondió la madrastra-. No hay aquí nadie más que una torpe cocinerita. No puede ser ella de ninguna manera.
-Déjeme verla -dijo el príncipe.
-¡Pero es demasiado sucia y harapienta para que un príncipe la vea!

martes, junio 05, 2007

Porque siempre deseo la Felicidad

Estoy buscando y rebuscando mil excusas para poder robar un millon de sonrisas para poder regalar en cada momento, y hoy en especial quiero dedicárselas a Jacobo, mi niño, ánimo!!!!
¡¡¡JACOBO A LA HOGUERA!!!!

Tan tentador...

Había una vez una niña muy bonita, una pequeña princesa que tenía un cutis blanco como la nieve, labios y mejillas rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache. Su nombre era Blancanieves.

lunes, junio 04, 2007

Vender humo por Alberto Ruiz de Samaniego



Hay quien ve «cierto estremecimiento a flor de piel» en los vídeos de dibujos de la suiza Zilla Leutenegger (1968) y también hay incluso quien aprecia en sus monótonas imágenes un «aire fantasmagórico» que cuestiona nuestras categorías de espacio y tiempo. Ya son ganas de ver, porque lo cierto es que no hay tal, sino más bien nada. La entronización de la banalidad y la idiocia ha llegado a unos límites verdaderamente insuperables en los circuitos de arte contemporáneo, en medio de un patetismo hermenéutico sin precedentes que, teñido de un antielitismo paternalista y ridículo, y de un miedo cerval a todo lo que ellos entienden por «metafísico», tiende a confundir el encefalograma plano con el gusto mayoritario y un cierto aire de época.


¡Qué cosas tiene mi novio! En esta inmensa y henchida noche de gatos pardos se cuela Zilla Leutenegger, de quien, en nota de prensa del CGAC, se nos comunica ?en estupenda prosa patafísica? que, «antes de iniciar su carrera artística de forma consciente (sic; aunque esto es ciertamente discutible), trabajó durante cinco años para una compañía de moda como compradora, lo cual hizo que visitara a menudo Hong Kong. Atraída por la libertad creativa de su novio artista, decidió dejar su trabajo y dedicarse al arte». No sé muy bien cómo he de interpretar estos datos suculentos, y, desde luego, la inopia mental en la que la joven suiza se mueve no ayuda gran cosa: «No sé con exactitud de dónde vienen algunas de mis obras. Tengo la sensación de que provienen de algún lugar entre lo que recuerdo del pasado y lo que veo y hago hoy en día. No estoy segura de poder explicar cómo se une eso. Pero estamos hablando de esto como si hubiera algún concepto, y no creo que en mi trabajo haya uno. No hay plan».

Efectivamente, de lo que no se puede hablar, hay que callar, pero en este caso, no por razón wittgensteiniana, sino porque no hay nada que se muestre detrás de lo inexpresable, lo vago o, simplemente, la evidencia que ningún artista puede negar de que su obra podría situarse «en algún lugar entre lo que recuerda del pasado y lo que hace y ve hoy en día».

En sus vídeos de dibujos de «factura sencilla y trazo rápido», también considerados «frescos, e, incluso, elegantes», Zilla Leutenegger despliega un imaginario raquítico y cansado, a fuer de cansino: muchachas fumando en pose de lascivo descanso en habitaciones privadas; mujeres en escenas solitarias tan banales como repetitivas. Gestos domésticos, miméticos, narcisistas, sin una exigencia contextual concreta que los vuelva mínimamente interesantes para nadie que no sea Zilla Leutenegger. De ellos se nos dice, sin embargo, que «abren las puertas a un imaginario fantástico y sorprendente». Yo no aprecio más que acciones tendencialmente inútiles, si no estúpidas, que funcionan al modo del tedioso diario de un ser irrelevante y anodino: «Así, Zilla se mira a sí misma en el espejo de forma detenida; hace ejercicios de gimnasta; baila de diferentes modos con distintos atuendos; se quita un moco; o se ocupa con otras actividades no más espectaculares e igualmente cotidianas».
Andar muy perdido.

Acabáramos; al fin de lo que se trata es de la letanía asfixiante de ese nuevo costumbrismo modernete tan cosmopolita y huero como una canción de discoteca ibicenca. Confundir la sencillez con la impericia y la falta de toda exigencia compositiva con la frescura, y considerar elegante lo que no llega a ser significante, es en verdad andar muy perdido. Pero, al cabo, parece que también se trata de eso, dado que a nuestra amiga suiza «la vemos cambiando de postura, haciendo muecas con la boca y respirando levemente. Un momento más cotidiano y al mismo tiempo más íntimo y solitario prácticamente no existe. Y al espectador tampoco se le dan más pistas; no sabe nada sobre los sueños de Zilla».

¡Pobre espectador! Siempre acaba siendo el pagano de la estulticia o la mala conciencia de quien confunde estos ejercicios de vacuidad con la poesía o, incluso, la reflexión, el ensimismamiento o la incomunicación con la ignorancia vana y encantada de haberse conocido; la intimidad o la vivencia, con la desidia, y las historias frágiles con la insustancialidad inarticulada. En fin: pase que nuestra humana condición haya siempre de conformarse con fragmentos de una posible historia inconexa ?y en eso Leutenegger no aporta para nada novedad alguna?, pero desde luego, lo que no admito es que, como afirma un amigo ?supongo? de la artista: «Zilla somos todos». Eso sí que no. Yo al menos no confundo libertad creativa con esto.

Ni yo, ni nadie, vista la íntima soledad ?ésta sí? en la que contemplé, como por lo demás siempre sucede, los infaustos vídeos. Era tal, que cuando desperté entre el humo y el asombro ni siquiera el dinosaurio estaba allí.

domingo, junio 03, 2007

BÉBEME


Esta vez no había ninguna etiqueta que dijera "BÉBEME", a pesar de lo cual la destapó y se la llevó a los labios. "La regla es que, coma o beba lo que beba, ocurre algo interesante -se dijo?: así pues, a ver qué efecto tiene esta botella. ¡Espero que me haga crecer otra vez, porque estoy realmente harta de ser tan pequeñita!"
Y así fue, en efecto, mucho más deprisa de lo que había previsto: antes de haberse bebido la mitad de la botella, notó que el techo le oprimía en la cabeza y se tuvo que inclinar para no romperse el cuello. Dejó inmediatamente la botella, diciéndose: "Es suficiente... no vaya a crecer más...
Pero ¡ay!, demasiado tarde... siguió creciendo y creciendo, y muy pronto tuvo que ponerse de rodillas; un minuto después, ni para eso había espacio, y trató de tumbarse con un codo contra la puerta y el otro brazo arrollado en la cabeza. Seguía creciendo y, como último recurso, sacó un brazo por la ventana y metió un pie en la chimenea, diciendo: "Ya no puedo crecer más, pase lo que pase. ¿Qué va a ser de mí?
Por suerte para Alicia, la botella mágica ya había hecho todo su efecto, y no creció más. Aun así, estaba muy incómoda y, como no parecía haber posibilidad de salir del cuarto, no es extraño que Alicia se sitiera desdichada.
Alicia en el país de las maravillas

viernes, junio 01, 2007

tragando mi yo


......y callo porq no quiero herir, y callo porque no quiero ilusionar, y callo porq no quiero dar q pensar,...


....solamente callo, porque de qué vale si mis palabras van a seguir siendo sólo palabras....


...solo callo, lo que siento, lo que pienso, lo que quiero decir,

me lo guardo.